martes, 13 de mayo de 2008
Vuelvo al ruedo
jueves, 13 de septiembre de 2007
SOBRE EL AXIOMA DE DESIGUALDAD
lunes, 10 de septiembre de 2007
MÁS SOBRE CONTRA CARÁTULAS
Es el momento de terminar lo empezado. Retomando lo dicho, teníamos las contra carátulas y las imposturas, y un proyecto editorial apenas enunciado que se desprendía de forma directa de lo anterior, y que propongo ahora: hacer un libro de contra carátulas, que contenga en cada una de sus páginas la contra carátula de otro libro.
Me parece que la idea se presta para comentarios interesantes que paso a enumerar. Primero, el asalto del impostor: si compra nuestro libro de contra carátulas le bastaría con leerse la contra carátula, lo que nos lleva a interrogantes más complejos. Así, segundo, la contradicción evidente: ¿tendría el libro dentro de sí su propia contra carátula? Si sí, entonces la contra carátula debería ser distinta a la contra carátula que contiene, pero si no, el libro no contendría todos los libros. En términos russellianos (todo lo escrito hasta el momento en este blog estaba dispuesto para poder utilizar esta palabra) un libro que contiene a todos los libros es imposible porque no se puede contener a sí mismo. Tercero, la mala respuesta del astuto: para salvar la contradicción, pensemos en hacer otro libro que contenga únicamente la contra carátula de nuestro libro de contra carátulas. Con esto, podríamos decir que el libro de contra carátulas contendría a todas las contra carátulas menos una, que está en otro libro que la contiene. Cuarto, la respuesta del profesor: faltaría resolver si la contra carátula del libro que contiene la contra carátula del libro de contra carátulas está en el libro de contra carátulas, y si esto no llama a contradicción. Si no la contiene, habría que hacer otro libro, y luego otro libro, en un proceso que se prolongaría hasta el infinito. Quinto, la objeción del literato: ¿Qué sucedería si proponemos que el libro contenga también las contra carátulas de libros inexistentes? Sexto, la posición del intelectual del siglo XIX: proponer como proyecto la operación inversa, es decir, partir de una contra carátula y construir el libro, lo que implicaría escribir de nuevo todos los libros, sin haber leído todos los libros.
Propongo al lector intuitivo que formule más alternativas sobre esta mediocre propuesta.
jueves, 6 de septiembre de 2007
GRACIAS MILLOS
lunes, 27 de agosto de 2007
EL IMPOSTOR (PARTE I)

Pero volvamos al inicio: la competencia intelectual. En mi caso concreto, mi vida universitaria fue testigo de tremendas gestas en las que la contienda se jugaba con lecturas obligadas que terminaban convirtiéndose en una especie de perfil intelectual fundamental. No se trataba, en absoluto, de profundidad intelectual, sino simplemente de un odioso tanteo social, de un tonto desafío en el que la única salida era no quedar con los pantalones abajo. Eso y nada más: “Crimen y Castigo merece ser leída en tono latinoamericano, ¿cierto Mac? Y se responde: Desde luego, pero con un acento sureño…”, o cualquier otra estupidez que permita salir al paso y evitar confesar la ignorancia. Las razones para hacerlo eran, también, necias y humanas: sacarle la lengua a los intelectuales y dejarlos sin piso para sentirse bien (luego vine a descubrir que sacarles la lengua es darles demasiada importancia). Ante este bombardeo de petardos queda enfrentar la disyuntiva: sumirse en la superficialidad (Berrera dixit) o enfrentar el desafío jugando con las mismas armas del rival. De la primera opción no vale la pena hablar acá, pues creo que la sentencia de Barrera, además de maravillosa, es contundente: mandar al chorizo a cualquiera que intente pasar por eminencia por el simple hecho de ser pedante y mamón. Hablemos, pues, de la segunda y recordemos que fundamentalmente se trata de no quedar con los pantalones abajo. Esto quiere decir que más que las lecturas importan las respuestas, es decir, tener a la mano el comentario adecuado aunque el conocimiento del libro en cuestión sea nulo. Así, la estrategia se bifurca de nuevo: presionar la localía (al estilo Bolivia) o ser un buen equipo visitante (al estilo Paraguay). Si lo primero, la estrategia se reduce a desviar la pregunta a un terreno conocido. Tal fue el caso en una entrevista que me hicieron para entrar a una maestría en la Javeriana: indagado por el tema de mi eventual proyecto de investigación (pitazo inicial) sólo atiné a escupir un par de cosas que no vale la pena recordar (atrapada del arquero y saque de profundidad), a lo que mi entrevistador, interesado como puede estar un inquisidor en su procesado, me planteó lo interesante que sería trabar el tema desde Nozick (pase al vacío con pique del carrilero), “a quien debe conocer de sobra alguien interesado en el tema como tú” (pase de la muerte al delantero que llega libre). Aprisionado como estaba, mentí sin dudarlo cuando afirmé que no solo conocía su obra (el arquero agarra con violencia al delantero) sino que además me parecía problemática y por eso mismo llamativa (penal flagrante y expulsión del arquero). Cuestionado de nuevo por mi soberbia respuesta (el delantero cobra el panal a la base del poste derecho) respondí que mi posición ante el tal Nozick estaba muy influenciada por mi lectura de Hobbes, y que sólo desde Hobbes mis críticas tomaban fundamento (el portero suplente se lanza como una ráfaga y toma el balón con las manos). De ahí en adelante el tema fue Hobbes, autor del que el entrevistador ocultó su ignorancia con frases vacías, buscando no quedar con los pantalones abajo (que en términos prácticos significó un dos a cero). Así, presionar la localía funciona, cuando no funciona la segunda estrategia planteada: ser un buen local. Este es el caso del que prefiere esperar al contrario con cautela, medirlo y luego arremeter cuando las condiciones del juego lo permitan. El sustento de tal plan son las contra carátulas. Esas hojas de contenido elemental, casi nulo del libro que acompañan, son la tabla de salvación de los intelectuales criollos. Para resumir, hablaremos, como lo planteáramos algún día con el profesor Roncallo, del “lector de contra carátulas”: la mezcla perfecta entre el comprador compulsivo de libros y el lector perezoso. El individuo que sabe que la información contenida en las contra carátulas es suficiente para superar cualquier prueba intelectual de orden social. Aquel lector que nada lee pero cree tener posesión del conocimiento con solo marcar el libro y pegarle su calcomanía personal. No crean que mi tono es de censura y que mi ánimo clama por venganza. Muchas veces he sido yo un lector de contra carátulas y este es un buen medio para declararlo. Así, a la pregunta sobre Crimen y Castigo vale responder que la maestría de los diálogos alcanza su más elevada cota en los coloquios que median entre el juez y el sospechoso. Ante una duda sobre Joyce se acertará siempre diciendo que con la crónica de un día en la vida de Leopold Bloom en la ciudad de Dublín, Joyce convirtió la vulgar epopeya del hombre de nuestro tiempo en una obra inmortal. Una estrategia a todas luces limpia y distinguida que me obliga a proponerle al lector que haya llegado hasta aquí que denuncie al lector de contra carátulas, que ponga su nombre en los comentarios y que de paso lo calumnie apoyado en el anonimato, o bien que decida poner su nombre en el muro de los lamentos y declare abiertamente de qué libros ha sido lector de contra carátula y cómo ha funcionado su estrategia. Me queda faltando el proyecto editorial que se desprende de lo anterior y que muchos ya intuyen. Ya habrá espacio para eso.